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viernes, 22 de octubre de 2010

EL LIBRO PERDIDO DE ENKI

La civilización sumeria floreció en el actual Irak casi un milenio antes de los inicios de la época faraónica en Egipto, ya que ambas culturas serían seguidas por la civilización del Valle del Indo, en el subcontinente Indio. También sabemos que los sumerios fueron los primeros en plasmar por escrito los anales y los relatos de dioses y hombres, de los cuales todos los demás pueblos, incluidos los hebreos, obtuvieron los relatos de la Creación, de Adán y Eva, Caín y Abel, el Diluvio y la Torre de Babel, y de las guerras y los amores de los dioses, tal y como se reflejaron en los escritos y recuerdos de griegos, hititas, cananeos, persas e indoeuropeos. Como atestiguan estos escritos antiguos, sus fuentes fueron aún más viejas; algunas descubiertas, pero muchas perdidas.

El volumen de estos primitivos escritos es asombroso; no miles, si no decenas de miles de tablillas de arcilla se han descubierto en las ruinas de Oriente Próximo. Muchas tratan aspectos de la vida cotidiana, como acuerdos comerciales o salarios de los trabajadores, e incluso registros matrimoniales. Otras, descubiertas en bibliotecas palaciegas, conforman los Anales Reales; otros más, hallados en ruinas de las bibliotecas de los templos o en las escuelas de escribas, conforman un grupo de textos canónicos, de literatura sagrada, que se escribieron en lengua sumeria y se tradujeron después al acadio (la primera lengua semita) y más tarde a otras lenguas de la antigüedad. E incluso en estos escritos primitivos que se remontan a casi seis mil años, encontramos referencias a “libros” (tablillas, en realidad) perdidos.

El testigo clave.-

Entre los hallazgos increíbles realizados en las ruinas de las ciudades de la antigüedad y sus bibliotecas, se encuentran unos prismas de arcilla donde aparece información de los diez soberanos antediluvianos y de sus 432.000 años de reinado. Conocidas como las listas de los reyes sumerios (y exhibidas en el Museo Ashmolean de Oxford, Reino Unido), sus distintas versiones no dejan lugar a duda de que los compiladores sumerios tuvieron acceso a cierto material común o canónico de textos ancestrales. Junto a otros, igualmente antiquísimos descubiertos en diversos estados de conservación, estos textos sugieren rotundamente que el cronista original de la “llegada de los dioses”, así como de los acontecimientos que la precedieron y siguieron, había sido uno de aquellos líderes, un participante clave, un testigo presencial.

Este testigo presencial fue el líder que amerizó con el primer grupo de astronautas. En aquel momento su nombre epíteto fue E.A, “Aquel cuyo hogar es agua”, y sufrió la amarga decepción de que el mando de la Misión Tierra se le diera a su hermanastro y rival En.Lil (“Señor del Mandato”), una humillación que en absoluto quedaría mitigada con la concesión del título de En.Ki (“Señor de la Tierra”).
Relegado de las ciudades de los dioses y de su espaciopuerto en el E.Din (“Edén) para supervisar la extracción de oro en el Ab.Zu (África sudoriental), Ea/Enki fue, además de un gran científico, el que descubrió a los homínidos que habitaban aquellas zonas. Y de este modo, cuando los Annunaki o visitantes que trabajaban en las minas se amotinaron y dijeron “!Ya basta!”, fue él quién pensó que la mano de obra que necesitaban se podría conseguir adelantándose a la evolución por medio de la ingeniería genética. Y así apareció el Adam (literalmente “El de la Tierra”, el terrestre). Como híbrido que era, el Adán no podía procrear; pero los acontecimientos de los que se hace eco el relato bíblico de Adán y Eva en el Jardín del Edén dan cuenta de la segunda manipulación genética de Enki, que añadió los genes cromosómicos extras necesarios para la procreación. Y cuando la Humanidad, al proliferar, resultó no adecuarse a lo que tenían previsto los dioses, fue Enki el que desobedeció el plan de su hermano Enlil de dejar que la Humanidad pereciera en el Diluvio. Fueron unos acontecimientos en los que el héroe humano recibió el nombre de Noé en la Biblida y de Ziusudra en el texto sumerio original, más antiguo.

¿Quién fue Enki?

Ea/Enki fue el primogénito de Anu, soberano de Nibiru, y como tal estaba bien versado en el pasado de su planeta de origen y sus habitantes. Científico competente, Enki legó los aspectos más importantes de los avanzados conocimientos de los Annunaki a sus dos hijos, Marduk y Ningishzidda (que, como dioses egipcios, fueron conocidos como Ra y Thot respectivamente). Pero también jugó un papel fundamental al compartir con la Humanidad ciertos aspectos de tan avanzados conocimientos, enseñándoles a individuos seleccionados los “secretos de los dioses”.
En al menos dos ocasiones, estos iniciados plasmaron por escrito aquellas enseñanzas divinas como legado de la especie. Uno de ellos, llamado Adapa y probablemente hijo de Enki con una hembra humana, es conocido por haber escrito un libro titulado Escritos referentes al Tiempo –uno de los libros perdidos más antiguos. El otro, llamado Enmeduranki, fue con toda probabilidad el prototipo de Henoc bíblico, aquel que fue elevado al cielo después de confiar a sus hijos el libro de los secretos divinos, y del cual posiblemente haya sobrevivido una versión en el extrabíblico Libro de Henoc.

¿Por qué vinieron a la Tierra?

A pesar de ser el primogénito de Anu, Enki no estaba destinado a ser el sucesor de su padre en el trono del planeta Nibiru. Unas complejas normas sucesorias, reflejo de la convulsa historia de los nibiruanos, le daba ese privilegio al hermanastro de Enki, Enlil. En un esfuerzo por resolver este agrio conflicto, Enki y Enlil terminaron en una misión en un planeta extraño –el nuestro-, cuyo oro necesitaban para crear un escudo que preservara la cada vez más tenue atmósfera de Nibiru.

Fue en este marco, complicado aún más con la presencia en la Tierra de su hermanastra Ninharsag (la oficial médico de los Annunaki), en el que Enki decidió desafiar los planes de Enlil de hacer que la Humanidad pereciera.

Ese conflicto siguió adelante entre los hermanastros, e incluso entre sus nietos; y el hecho de que todos ellos, y especialmente los nacidos en la Tierra, se enfrentaran a la pérdida de la longevidad que el amplio periodo orbital de Nibiru les proporcionaba, incrementó aún más las angustias y agudizó las ambiciones. Todo esto culminó en el último siglo del tercer milenio a.c., cuando Marduk, primogénito de Enki con su esposa oficial, proclamó que él y no el primogénito de Enlil, Ninurta, debía heredar la Tierra. El amargo conflicto desembocó en una serie de guerras y llevó a la utilización de armas nucleares. El resultado no intencionado de todo ello fue el hundimiento de la civilización sumeria.